(José María Román Beltrán)
Inventando su idioma
en el trasiego silencioso
que sobrecoge el alma,
la canción de la noche nos convocó a su orgía;
no había en su embriaguez
otra constelación que aquel inmenso
hacer de Eros, bajo su derroche nocturno.
¡Qué sortilegio extraño
retó al destino de la voz dormida,
de sangre y tinta por mi gozo muerto!
¡Qué declamar la aurora su nostalgia
mientras va usando nombres
desconocidos;
mas, ¡ay!, que en el tablado de la vida
alguien se ciñe
su cinturón de fuego.
Ahora voy a amarte aunque sólo te quede
de mi página antigua un lánguido retrato
espiando la noche.
¿Dónde están hoy las golondrinas que
soñaron tu reposo –mi reposo-,
el hijo que esperaste siempre, el beso,
el abrazo..., por qué
el desierto afanó su sonrisa en la clara
timidez de las manos?,
¿por qué el vocablo aquel no supo amar las lágrimas
cuando lloró la nube su silente dolor?
Cuántas veces te vi hojeando mis labios,
tus labios, los de ellas, nuestros labios
en esas páginas andantes donde
la serena tristeza de los grises
se enraíza a los ojos.
Detrás de mí tus pasos anduvieron
sin más alarde que tu amor desnudo
en la ilusión de un pecho desbordado;
en tanto la mudez
del abismo
inventaba su rostro,
desperezándose, escondiéndose
en las falsas creencias,
el amor tuvo su manera indigna
de tratarnos.
Hoy vomitan las sombras sus ancestros
incinerando su sonambulismo,
sus terribles despojos de soledad y ausencia.
(Los momentos del día, inagotables;
la pausa, lenta;
el colorido de los signos,
perennes y perfectos.
He sabido tu nombre
por los pliegues del agua que confirman tu forma.
He sabido
que junto a la marea del enigma que exhibe
una flor,
resurge, limpia, la inocencia.
Sostén en alto, corazón,
la bienvenida amiga, tras
este largo paseo
con aforo de nieve y luna llena).
Fuiste temple, temblor de la sangre animada
en mi mano.
¿Quién osó detenerte, postergarte a la sombra
sin que mis ojos vieran el albor de tu efigie?
Nadie perturbará la ternura, el sosiego
de nuestros días otoñales;
jamás serán preámbulo
de otras citas
en tanto que tus brazos me sostengan.
Mía es la libertad de buscar en el agua
el sonido del río que se oculta en tu voz.
¡Mía y tuya es la tarde desnuda que nos queda!.
(De la Antología Raíces de Papel 2011. Autora: Laura Olalla)
3 comentarios:
“Los momentos del día, inagotables;
la pausa, lenta;
el colorido de los signos,
perennes y perfectos.”
Guardar la memoria en lo escrito, antes de que se convierta en olvido...
Precioso y emotivo poema, Laura, desde la serenidad que nos da el paso del tiempo.
Me encantó conocerte el día 7. Me hubiera gustado disponer de más tiempo para el dialogo, pero no pudo ser. Encontraremos otros momentos.
Besos y un fuerte abrazo.
Deja a los muertos tranquilos... A buenas horas te acuerdas de ellos
Gracias, Anónimo, por tu comentario. Da para mucha polémica. ¿Le diría lo mismo a Miguel Hernández y a otros poetas que han homenajeado a sus seres queridos en la gran ausencia de la vida?. ¿Qué sabe usted de mis aportaciones reales y de mis sentimientos hacia ellos, cuando compartimos tantas cosas...?
Ponga nombre y rostro a sus palabras.
Feliz 2012.
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