Palabras prestadas... (Dchos Reservados)
¿Te atreves con los vampiros?)
A los protagonistas de esta
historia les gustaba el "picante" a rabiar por eso nunca pudieron desobedecer a
sus impulsos animales. Bengo era una joven inglesa llegada a Madrid para hacer
un Máster sobre Gastronomía vegetariana. Boy, por el contrario, era un
Ingeniero Agrónomo bien situado, de unos 50 años y en busca de una hembra con
la que pasar el resto de su existencia; vivía en Estados Unidos aunque era de
origen transilvánico. Y por esas causalidades de la vida habían coincidido en
el Aeropuerto de Barajas; en la terminal de salida cuando iban a tomar un taxi.
Tras presentarse, decidieron tomar el mismo auto y alojarse en el mismo Hotel
cuyo rótulo en la puerta principal decía: “Aquí estoy desde que naciste hasta
hoy”; de corte moderno por fuera y antiguo por dentro. Tomaron habitaciones
contiguas, se asearon y dieron descanso a sus cuerpos y a sus mentes…
¡Refrescante!
¡Refrescante! ¡Refrescante…!, fantaseaba Bengo, con un tarro de
guindillas -un bote gigante de chiles- que levitaba ante sus ojos. Por un
orificio de su circunferencia, sobresalía un elemento llamativo, super grande,
en dirección a su boca. La joven comenzó a succionar con ansiedad el
extremo de la hortaliza que se acercaba y se distanciaba cual pastel ambulante,
no permitiéndola clavar sus dientes hambrientos en el verdinegro manubrio que
jugaba al escondite. Desesperada, quiso agarrarlo con ambas manos pero al
instante se percató de que las tenía atadas a los barrotes de la cama sin
posibilidad alguna de soltarse. Entonces gritó fuerte con un sonido
desgarrador: ¡Boy! ¡Boy! ¡Boy!...
Cuando Boy atravesó la fina
pared que separaba ambas habitaciones,
cayó encima de Bengo y asombrado también gritó, tartamudeando: ¡Me, me, me…! ¡me tocó, me tocó, me tocó… la lotería!.
Sacó de una cajita unos pendientes de brillantes y esmeraldas y los
colocó en las orejas de la joven inglesa, mirándola con ojos de fuego. Con un
beso tras otro iba endulzando su pubis rasurado. El bote de chiles
desapareció. Bengo, desnuda, con sus pechos moribundos por el reguero de sangre que se deslizaba
suavemente entre las lenguas que horadaban su orografía corpórea, con la mirada vaída y la cabeza hacia atrás,
quedó en extrema laxitud.
Una ráfaga de viento
les devolvió a sus lugares de origen.
-Qué rabia, chicas, les relata
a sus amigas, qué poco duran las palabras prestadas.
Boy, por su parte, se mira al
espejo y con aire triunfal toma una lima y se afila aún más sus enormes caninos
rojos. Hasta la próxima luna.
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