Trovadora que besas el
cielo con tu voz
en los mares remotos de
los siglos.
Conviertes la palabra en
la paz del cerezo
con tus trinos de alondra
sabia.
El mirlo se extasía en tu
presencia.
El hedor de la muerte
parece que se evade
al declamar tus letras.
Que el sigilo del tiempo,
sin vestimenta grave,
aderece mis manos
para alcanzar tu trigo.
Ese dorado que alimenta
al hombre.
(Autora: Laura Olalla)
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