lunes, 28 de marzo de 2011

"Como una niña asustada con lágrimas en los ojos" (Cuando el ausente es Dios)


Porque tú sin saberlo me vestiste de luz
cuando jugaba mi inocencia
con una blanca lágrima
engarzada al envés del tiempo.
En aquellos domingos maquillados,
la tristeza me corregía
su color en los poros verdes
                                  de la hierba.
Las flores de azahar vertían en mis manos
encuentros promisorios.
Ángelus. Manifiestos, me auspiciaban
manantiales de vida:
manaban varoniles, idolatrando al cuerpo,
abriendo en cada trazo
de piel sus afluentes.
Tus árboles frutales,
regios en sus ardores,
me apresaban el gusto. Sin apartar la vista
de los furtivos ventanales,
la boca degustaba tus dorados
frutos. El paladar
se hundía en regocijo.
Fuiste la impronta amanecida
junto a mi liana azul, distrayendo mi vuelo
bajo la tenue orla de mi abismo.
Tu olor a lluvia de bonanza
impregna todavía mi sudario.
Hoy no podría abrirme al latente fervor
de tu cadencia
aunque quisieran estas horas tibias
abrasarme en sus vívidos colores.
La noche va fraguando su más lento preludio
cuando renuncia a la elocuencia. Su
palabra se desdobla tras el aire
que la ausencia ejecuta;
pálpito y cortesía se disgregan
revistiendo este culto con su gracia letal.
Mas no hay nada en la sombra,
sólo un absuelto viento que no precisa de ojos.
Crecer y dispersarse como la fina niebla,
avanzar en el caos sin el caos.
Creer, fortalecerse. Obligar al rencor
a oscilar su penuria sin quedarse.
Cuántos acopios -vados de zozobra-
empobrecen el mundo.



Sigo avanzando ahora, despierta sorprendida
de tanto privilegio.
De estas alas abiertas
-tocas blancas y mudas-,
reservas del espíritu manando de la forma.


Tus paredes adustas y graves me cortejan.
Tenías ese toque de misterio
que tan sólo unos ojos silenciosos
pueden obrar;
dibujaban tus labios la nostalgia,
mas tu inocencia se trocó en el toro
que me besó la boca.
¿Olvidarán mis manos el mágico filón
que sostiene tu signo?



Te busco en la alegría de la rosa
donde la pena para siempre es dádiva.
No puedo verte triste, porque colmas mis besos
de bendiciones
y me apresan tus labios invocando otra estela.
Tal vez para ausentar mi propia culpa.
Así besan tus labios.
¡Pero cuánto me cuesta ahora complacerte!
Aún así, tu ausencia me provoca,
y tengo que exigir a la destreza
que no permita que ande por la casa
buscando tus enseres
                                privados;
persuadiré también a la exigencia
para que no revuelva la voz entre tus lirios.
Mientras, cubre mis pétalos
y háblame sobre el sueño que signa la gaviota
en tu libro de haberes.



No perfiles mi rosa ni el azul de sus hojas
con cinceles ajenos, que limitan la hombría,
muéstrate como eres;
no persigo otra cosa que ser hoy como tú,
viajando sin raíles por la idea
sin razón de lo más irracional
Aprenderé en la aurora. Cada día.


(Al despertarme, siento sus dedos en mi blusa)


(Autora: Laura Olalla .Premio “Río Ungría” 1998)

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